Sucedió que el
padre quiso un día ir a la feria y preguntó entonces a las hijastras qué
querían que les trajera.
- Vestidos hermosos - dijo una.
- Perlas y piedras
preciosas - dijo la segunda.
- ¿Y tú,
Cenicienta? - dijo él -. ¿Qué quieres?
- Padre, el primer
tallito que choque con vuestro sombrero, ése cortadlo para mí.
El compró, pues,
para las dos hermanas, hermosos vestidos, perlas y piedras preciosas, y en el
camino de regreso, cuando iba cabalgando por un matorral verde, le rozó un
tallo de avellano y le hizo caer el sombrero. Cortó el tallo y se lo llevó
consigo. Cuando llegó a casa entregó a las hijastras lo que le habían pedido y
a Cenicienta el tallo del arbusto de avellano. Cenicienta le dio las gracias,
se fue a la tumba de su madre y plantó en ella el tallo y derramó tantas
lágrimas que el llanto cayó encima y lo regó. Creció y entonces se convirtió en
un hermoso árbol. Cenicienta iba allí tres veces al día, lloraba y rezaba, y
cada vez venía un pajarillo blanco al árbol, y cuando ella formulaba un deseo,
el pajarillo le daba lo que había deseado.
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