martes, 3 de junio de 2014

"A quien Dios bien quiere, durmiendo le llueven los bienes."

<< Y, queriendo hacer lo mismo con el cocinero, al que creía triturador de sus hijos, aquél se arrojó a sus pies y le dijo: << ¡En verdad, señor, no merecería otra plaza muerta por el servicio que te he prestado que un horno de brasas, no merecería otra ayuda de costa que un palo detrás, no merecería otro pasatiempo que el de retorcerme y encogerme en el fuego, no merecería otra ventaja que la de mezclar las cenizas de un cocinero con las de una reina! ¡Pero no es ésta la gran merced que espero por haberte salvado los hijos a despecho de aquella hiel de perro, que los quería matar para devolver a tu cuerpo lo que era parte suya! >>

El rey, que oyó estas palabras, quedó fuera de sí y le parecía soñar, y no podía creer lo que oían sus oídos. Luego, volviéndose hacia el cocinero, le dijo: << ¡Si es verdad que has salvado a mis hijos, puedes estar seguro de que te exoneraré de girar los espetones y que te meteré en la cocina de este pecho para que gires como te plazca mis deseos, dándote un premio tal que te considerarás feliz en el mundo! >>

Mientras el rey decía estas palabras, la esposa del cocinero, que vio el apuro del marido, llevó a Luna y a Sol ante su padre, que, poniéndose a tocar tresillos con su mujer y sus hijos, hacía un molinete de besos ora con uno y ora con otro. Y, tras entregar una buena propina al cocinero y nombrarlo gentil-hombre de cámara, tomó a Talía por esposa, la cual disfrutó de larga vida con su marido y con sus hijos, constatando después de todas sus vicisitudes que a quien Dios bien quiere, durmiendo le llueven los bienes. >>






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