<< Pero en ese
preciso instante apareció el rey, que, encontrándose con ese espectáculo, quiso
conocer todo el asunto. Y, al preguntar por sus hijos, su propia mujer, que le
reprochaba la traición sufrida, le contó cómo había hecho que se los comiese.
Oído esto,
el pobre rey, sumido en la mayor desesperación, empezó a decir: << ¡De
modo que yo mismo he sido el lobo de mis corderitos! ¿Y por qué las venas mías
no reconocieron las fuentes de mi propia sangre? ¡Ay, turca renegada, cómo has
podido ser tan perra! ¡Ve, que tú ahora mismo vas a recoger los tronchos, que
no pienso mandar tu cara de tirano en penitencia hasta el Coliseo! >> .
Y, dicho esto, ordenó que fuese arrojada al mismo
fuego que había preparado para Talía, y junto con ella el secretario, que había
sido manubrio de ese amargo juego y urdidor de aquella maligna trama. >>
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